Acompañar el puerperio

El puerperio me cambió la piel

Literalmente y en sentido profundo.

Al principio sentí que me desarmaba y armaba de nuevo. Mi cuerpo que ya no era el mismo, mi sueño acumulándose, el amor que desbordaba y el miedo que me apretaba el pecho. Pero también, lentamente y casi sin darme cuenta, empecé a descubrir otra parte de mí. Una nueva mujer. Una mamá. Una versión más cruda, más sensible, pero también más auténtica.

Y sí: el puerperio puede ser solitario. Pero no es solo soledad. Es también una oportunidad inmensa de transformación.

No se trata de volver a ser la de antes

Durante meses me pregunté cuándo iba a “volver a ser yo”, y a amigas que ya lo eran… Hasta que entendí: no se trata de volver, sino de reconocerme. Porque aquella mujer de antes ya no está, y eso no es una pérdida. Es solo un cambio.

Me estoy despidiendo de quien fui. Con ternura, con nostalgia, a veces con miedo. Pero también me estoy dando la bienvenida. Y eso, aunque duela, es hermoso.

El puerperio me enseñó a habitarme de nuevo. A escuchar mi cuerpo desde otro lugar. A reconectar con mis silencios, con mis ganas, con cosas tan simples como mi música, con mi piel. A veces solo necesito diez minutos de soledad para recordar que sigo ahí, que no me perdí entre pañales, tomas y libre demanda.  Que sigo siendo yo, aunque diferente.

El valor de una tribu real

Y aunque hay momentos en que quise estar sola, también entendí que no puedo —ni quiero— transitar esto en aislamiento. Tener una tribu no es solo para “no sentirse sola”. Es para compartir la carga, sí, pero también para compartir la belleza.

Para decir: “hoy no puedo más” y que te respondan: “yo te entiendo”.

Para celebrar los pequeños logros: el primer paseo, una siesta larga, una ducha tranquila. Para mirar a otras madres a los ojos y ver en ellas un reflejo, una compañera, una posibilidad.

Mi tribu no es perfecta, ni grande. Pero es mía. Son esas personas que me sostienen sin juzgar, que me hacen reír cuando todo pesa, que me recuerdan que esto también pasa, y que en el medio de este torbellino, estoy creciendo.

El puerperio como un puente

Hoy veo el puerperio como un puente entre dos versiones de mí. Un pasaje sagrado, a veces oscuro, a veces luminoso. A veces abrumador, a veces profundamente revelador.

No siempre es fácil, pero hay belleza en el caos. Hay momentos de pura presencia, de amor animal, de conexión salvaje con mi bebé. Hay ratos de música bajita, de mirar por la ventana, de sentirme viva desde otro lugar.

Por eso digo: el puerperio no es solo un tiempo para sobrevivir. Es también un tiempo para florecer. A mi ritmo, con mis reglas, con mis duelos y mis hallazgos.

Si estás ahí…

Si estás en ese momento, te abrazo. Sea cual sea tu puerperio, no estás sola. Y no estás “mal” por sentir lo que sientes. Permítete llorar, pero también reír. Permítete no saber. Permítete buscarte. Porque esta etapa también es tuya.

Busca tu tribu. Escucha tu voz. Honra a la mujer que fuiste, y abre el espacio a la que está naciendo, eres tú 🤍.

Porque no se trata de volver a ser la de antes. Se trata de aprender a amar a la que eres ahora.

¿Cómo lo estás viviendo tú?
No siempre tenemos las palabras, pero cuando las encontramos, aliviamos un poco el corazón.
Te leo si quieres compartir.

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